La palabra biombo deriva del japonés byobu, que remite a la capacidad de estos paneles de tela, maque (un tipo de laca) o papel, unidos como un acordeón, para detener las corrientes de aire. Se disputan su origen China y Japón, y servían también para proteger de miradas indiscretas y dividir los espacios de una vivienda. En los inventarios de bienes novohispanos figuran entre las pinturas y no entre los muebles, lo que les otorga un lugar especial como contenedores de mensajes pintados.
La mayoría de los biombos conservados muestran asuntos profanos. En el siglo XVII los temas más comunes fueron los de carácter histórico y urbano, aunque abundan también los mitológicos o literarios, las alegorías de las estaciones o los sentidos, y, más tardíamente, las escenas de la vida cotidiana y los emblemas. Los más valiosos tenían escenas complejas en sus dos caras –a diferencia de los que en una de ellas presentaban elementos decorativos como jarrones o flores.
La movilidad de los biombos favorecía que fueran utilizados para la contemplación o como estímulos para la conversación. Su tamaño y forma variaba según su uso. Los de cama, situados delante del lecho, eran más altos y estrechos, mientras que los llamados “de estrado”, que se ubicaban en una habitación principal con tarima o estrado, eran menos altos y tenían más hojas.
Este biombo, de dos haces y de estrado, tiene diez hojas que representan por un lado la conquista de Tenochtitlán y por otro una vista de la ciudad de México, y debió realizarse en el último cuarto del siglo XVII como objeto de ostentación y poder. Al igual que otros de similar temática, pudo ser un regalo del ayuntamiento de México a un virrey al asumir el gobierno de la ciudad, cabeza del reino. Su mensaje es más o menos evidente: tras la victoria española sobre el Imperio azteca se estableció un nuevo orden social y político, representado por la grandeza de la ciudad de México.
La conquista de México
El haz de la conquista presenta múltiples escenas, ocurridas en distintos lugares y momentos, incluso años. Ofrece la visión de los conquistadores y sus descendientes criollos, empezando con el recibimiento de Cortés por Moctezuma y concluyendo con la toma de Tlatelolco, último bastión indígena. El punto de vista es elevado y la perspectiva se adecúa para describir con claridad los distintos pasajes, sin constreñirse a un sistema de representación matemático o lineal. La escala también es libre, y destacan los detalles narrativos, como la indumentaria de los personajes o las acciones que realizan. La luz y el colorido refuerzan el tono de la narración, de suerte que la recepción de Cortés es más luminosa que la escena que está debajo, la llamada “Noche triste”, cuando sus tropas fueron derrotadas por las de Moctezuma. En el extremo izquierdo una cartela identifica doce escenas y escenarios mediante letras. Los nombres de algunos personajes indígenas como Moctezuma (escrito Motectzoma), Malintzin o Cuauhtémoc (Quaugtemoz), tratados con gran dignidad, se añaden para identificarlos, lo que no ocurre con los españoles. La ubicación de las escenas se corresponde aproximadamente con el lugar donde ocurrieron y las zonas lacustres ayudan a delimitarlas.
Aunque las letras de la cartela guían al espectador, este debe reconocer o descubrir dónde ocurrieron los hechos con una mirada activa y detenida. Los grandes acontecimientos se complementan con detalles que recrean la sensación de acción, caos, miedo y heroísmo. La violencia desencadenada afecta a todos, también a las mujeres mexicas, que miran asustadas desde sus casas o tratan de protegerse mutuamente y a sus hijos. Heridos y muertos yacen entre caballos y hombres con mosquetes, macuahuitl (macanas con hojas de obsidiana), arcos y flechas. Con rápidos trazos se describen los vistosos atavíos civiles y militares de los indígenas, las armaduras, espadas, armas de fuego, escudos de plumas, banderas y estandartes. El detalle con el que se representan las armas e indumentarias de los aztecas, individualizando sus distintas órdenes militares, como los guerreros jaguar y águila, delata el creciente interés y orgullo de las élites criollas por un pasado prehispánico que empezaban a asimilar como propio. Algunas escenas demuestran una gran capacidad de síntesis y un hábil manejo del color. Las diferencias en la ejecución que se aprecian en algunas zonas quizá se deban a la intervención de varios miembros de un mismo taller.
La muy noble y leal ciudad de México
En contraste con el haz de la conquista, este muestra un mundo ordenado y abarcable. La cartela identifica sesenta y seis edificios o sitios prominentes, principalmente ligados a la vida religiosa (templos, conventos, colegios y hospitales), así como el palacio virreinal, el cerro de Chapultepec, el paseo de la Alameda y las principales calzadas.
La urbe se observa desde las alturas, con el norte en el extremo izquierdo. La perspectiva no se basa en una proyección matemática, sino que se adapta para dar cuenta de la disposición, dimensiones y aspecto de plazas, calles y edificios con sus patios. La vista es inexacta en la representación del aspecto y extensión de los barrios indígenas de la periferia, que ocupaban un amplio y muy poblado territorio. También lo es al mostrar edificios como la entonces inconclusa catedral, cuya torre presenta un remate fantástico y una especie de giraldillo que jamás tuvo. Aunque es una representación idealizada de la ciudad, ciertos detalles permiten acotar la datación del biombo. El templo de San Agustín figura con su techumbre de plomo, incendiada en 1676 y sustituida por bóvedas, mientras el palacio virreinal ostenta el “balcón de la virreina”, quemado durante un tumulto en 1692.
A diferencia de otros biombos con vistas de la ciudad de México, solo en este aparecen sus habitantes; figuras pequeñas entre las que, pese a lo sintético de sus trazos, se aprecian mujeres, indígenas, frailes, clérigos, hombres elegantes y trabajadores, así como numerosas escenas: una pelea de espadas, bañistas, el toreo de vaquillas afuera del rastro, un demente con grilletes en el patio del hospital o unos niños volando una cometa. Y delante del palacio vemos al virrey en su coche, reconocible por el tiro de seis mulas que lo distinguía.