Paisaje con el entierro de Santa Serapia
Hacia 1639. , 212 x 145 cmSala 002
Santa Sabina, noble viuda romana, se convirtió al cristianismo por influencia de su doncella, santa Serapia, natural de Antioquía, de donde huyó víctima de la persecución religiosa contra los cristianos. La pintura representa el entierro de Serapia, cuyo cuerpo es portado por un grupo de matronas que lo depositan en el sepulcro. Entre todas destaca Sabina, vestida de rojo y naranja, que contempla doliente la escena desde un plano superior. Hasta ahora no ha sido suficientemente justificada la presencia de esta pintura entre los paisajes del Buen Retiro, dedicados a asuntos bucólicos o anacoréticos. Sin embargo, puede asociarse fácilmente a estos últimos, puesto que ambas santas se retiraron del mundo y constituyeron una informal congregación. En ello encontramos una cierta coincidencia con la biografía de Santa Paula Romana (P2254), con cuya obra, de acuerdo con la propuesta que aquí se defiende, pudo formar pareja.
El artista escogió una vista ensoñadoramente arqueológica del monte Aventino, lugar supuesto del entierro de ambas santas, con el río Tíber y el Coliseo a sus espaldas. A pesar de su precisa reproducción de los restos arquitectónicos, el artista no pretendió hacer una reconstrucción topográfica, para lo que habría sido necesaria una composición horinzontal que permitiera desplazar el Tíber a la parte izquierda. Por el contrario, Lorena acentuó la rotunda verticalidad del formato, probablemente por exigencia de sus clientes españoles, con la colocación de cuatro columnas situadas en la mitad derecha de la composición, supuestos vestigios del templo de Juno Regina que efectivamente existió en el Aventino, donde la tradición situaba el martirio de Santa Sabina y sobre el que se levantó en el siglo V la basílica dedicada a la santa.
Tal y como ponen de manifiesto las dudas sobre el tema representado expresadas en los sucesivos inventarios reales desde principios del siglo XVIII, esta pintura es la más problemática, y sin duda también una de las más bellas y evocadoras de la producción juvenil de Lorena. La representación de la vida de ambas santas fue poco habitual en la pintura del siglo XVII. El propio Claudio no había tratado el tema antes y no volvió nunca sobre él. Su identificación iconográfica se perdió ya desde la propia Testamentaría de Carlos II (1701), donde se describe como el sepelio de Santa Sabina, probable consecuencia de una deficiente lectura de la inscripción en la cubierta del sepulcro. Se debe a Roethlisberger la correcta identificación del tema.
En el cuadro del Prado, Lorena resume y condensa numerosas experiencias presentes en obras anteriores. Las ruinas arquitectónicas que enmarcan las figuras principales y la presencia de restos arqueológicos en primer plano junto con la existencia de un grupo de figuras, se aproximan a la Vista de la Trinità de` Monti a Roma (1632, Londres, National Gallery; Roethlisberger 1961) y al Capricho con ruinas en el Foro romano (ca. 1630-35, Springfield, Mass., Michele & Donald D` Amour Museum of Fine Arts), cuyo Coliseo procede del mismo dibujo que el del Prado.
Como el resto de la segunda serie para el Retiro, se conserva el dibujo en el Liber Veritatis (LV 48) sin modificaciones significativas respecto a la pintura del Prado. Una inscripción explica que se trata de un encargo del Rey de España.
La formidable campaña de adquisiciones de obras de arte organizada por el conde-duque de Olivares en los años cuarenta del siglo XVII para decorar los amplios espacios del palacio del Buen Retiro de Madrid incluía un número muy notable de paisajes. No podemos precisar cuántos de ellos, poco menos de doscientos, fueron comprados en Flandes o en España, ni cuáles procedían de colecciones particulares o de otros Reales Sitios, pero podemos establecer con certeza, gracias a las obras que se conservan en el Museo del Prado y a los documentos localizados hasta la fecha, que el palacio del Buen Retiro se enriqueció con numerosos paisajes pintados para la ocasión por artistas activos en Roma.
Se encargó como mínimo, una serie de veinticuatro paisajes con anacoretas y una decena de paisajes italianizantes, obras de gran formato realizadas por diferentes artistas. Sólo una parte de estas pinturas han llegado hasta nosotros y en la actualidad se conservan principalmente en el Museo del Prado.
Encargadas entre 1633 y 1641 en Roma, estas pinturas de paisaje componían, una vez expuestas en el Buen Retiro, una temprana antología de ese nuevo pintar del natural que, en años venideros, exportaría a gran parte de Europa una nueva sensibilidad hacia los efectos lumínicos y la atmósfera de la campiña romana, lo que representaba uno de los muchos aspectos de la clasicidad (Texto extractado de Úbeda de los Cobos, A.: Roma: Naturaleza e ideal. Paisajes 1600-1650, Museo Nacional del Prado, 2011, p. 194; Capitelli, G. en Úbeda de los Cobos, A.: El Palacio del Rey Planeta. Felipe IV y el Buen Retiro, Museo Nacional del Prado, 2005, p. 241).