Paisaje con San Pablo Ermitaño
1637 - 1638. , 155 x 234 cmSala 002
Nicolas Poussin protagoniza una curiosa relación con el Palacio del Buen Retiro. Úbeda considera que es el artista más determinante de todos cuantos tomaron parte en el proyecto decorativo. Esta circunstancia podría justificar que fuera el único que participó en los dos conjuntos más importantes encargados a Italia: la serie de paisajes y la de la historia de la Roma antigua. Al menos pintó esta obra para la primera, y dos pinturas más para la segunda: La caza de Meleagro (P2320) y Danza en honor de Príapo (Sao Paulo, Museu de Arte). Sin embargo, hasta fecha muy reciente no se ha podido demostrar que estas dos últimas fueran pintadas para el Retiro e incluso en numerosas ocasiones se ha dudado sobre su atribución, sobre todo porque los comitentes exigieron un formato inédito en su catálogo (Úbeda 2005b, p. 183). Por su parte, el anacoreta fue atribuido en los inventarios reales y en los primeros catálogos del Prado a Dughet, con cuyas obras guarda un parecido innegable. De nada sirvió que en 1859 Louis Clément De Ris llamara la atención sobre su auténtica autoría, propuesta confirmada en 1914 por Émile Magne. Relevantes estudiosos de su obra como Grautoff (1914, p. 268) o Anthony Blunt (1950, p. 70), introdujeron cierta confusión al negarla. Este último llegó a incluir el cuadro en el catálogo de un cierto Maestro del Abedul, aunque nueve años más tarde y después de un estudio directo de la pintura, no tuvo inconveniente en reconocer su error y confirmar definitivamente su correcta atribución. El propio Blunt (1966, p. 71) adelantó ligeramente la cronología propuesta por él en 1959 (1637-38) hasta 1636-37, al considerar la presente pintura anterior a Moisés salvado de las aguas (París, Louvre, inv. 7271) de 1638. A continuación Whitfield (1979, pp. 15-16) y toda la crítica posterior, aceptaron la nueva propuesta atributiva.
Por otra parte y como ya señalaran Blunt (1959, pp. 389-90) y Roethlisberger (1961, nota 10 p. 160), y recientemente ha confirmado Posada Kubissa (2009, nota 19 p. 203), no se trata de San Jerónimo, como habitualmente se afirma, puesto que ninguno de los atributos con los que habitualmente se asocia aparecen en la pintura, sino de San Pablo ermitaño, cuya presencia está documentada en el inventario del palacio de 1701 (Testamentaría 1701, p. 288, núm. 146). Quizás por tratarse del primer santo ermitaño del que se tiene noticia, su presencia en el Retiro fue muy abundante, con obras de relevantes pintores como Andrea Sacchi, José de Ribera o Velázquez. San Pablo, ante la persecución del emperador Decio a mediados del siglo III, decidió huir temporalmente al desierto, antes que renunciar a su fe. Allí permaneció hasta su muerte, en la que estuvo acompañado por san Antonio, quien, ayudándose de dos leones, preparó su sepultura. El cuadro fue restaurado en 1999 por Rafael Alonso; la radiografía reveló que el árbol situado detrás del santo fue añadido por el propio artista después de concluir la pintura.
La formidable campaña de adquisiciones de obras de arte organizada por el conde-duque de Olivares en los años cuarenta del siglo XVII para decorar los amplios espacios del palacio del Buen Retiro de Madrid incluía un número muy notable de paisajes. No podemos precisar cuántos de ellos, poco menos de doscientos, fueron comprados en Flandes o en España, ni cuáles procedían de colecciones particulares o de otros Reales Sitios, pero podemos establecer con certeza, gracias a las obras que se conservan en el Museo del Prado y a los documentos localizados hasta la fecha, que el palacio del Buen Retiro se enriqueció con numerosos paisajes pintados para la ocasión por artistas activos en Roma.
Se encargó como mínimo, una serie de veinticuatro paisajes con anacoretas y una decena de paisajes italianizantes, obras de gran formato realizadas por diferentes artistas. Sólo una parte de estas pinturas han llegado hasta nosotros y en la actualidad se conservan principalmente en el Museo del Prado. Encargadas entre 1633 y 1641 en Roma, estas pinturas de paisaje componían, una vez expuestas en el Buen Retiro, una temprana antología de ese nuevo pintar del natural que, en años venideros, exportaría a gran parte de Europa una nueva sensibilidad hacia los efectos lumínicos y la atmósfera de la campiña romana, lo que representaba uno de los muchos aspectos de la clasicidad (Texto extractado de Úbeda de los Cobos, A.: Roma: Naturaleza e ideal. Paisajes 1600-1650, Museo Nacional del Prado, 2011, p. 188; Capitelli, G. en Úbeda de los Cobos, A.: El Palacio del Rey Planeta. Felipe IV y el Buen Retiro, Museo Nacional del Prado, 2005, p. 241).