San Esteban
Hacia 1575. , 67 x 50 cmNo expuesto
Copia del original que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Asturias. A propósito de esta versión de Oviedo, en el reciente catálogo de la Exposicion "El divino Morales", se manifiesta: La representación más frecuente de san Esteban es la que muestra el episodio de su lapidación después de que el sanedrín de Jerusalén le condenara por blasfemo. Según se recoge en los Hechos de los Apóstoles, mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: Señor, no les tengas en cuenta este pecado (Hch 7, 59 y 60). Con la muerte del joven diácono se inició la persecución de los cristianos en Jerusalén y Palestina, capitaneada por Saulo, el futuro san Pablo.
Morales no ha pintado la escena de la lapidación, con el grupo de hombres arrojando de manera furibunda las piedras sobre san Esteban. El pintor ha realizado una obra de pequeño formato que serviría para alguna devoción privada y, fiel a su estilo y al tipo de composición que mejor manejaba, se concentra en una imagen de busto del personaje. Una piedra, colocada precariamente sobre la cabeza, y el alba o camisa rota remiten al momento mismo del martirio; pero la imagen se ha transformado en un icono ejemplarizante que sitúa al espectador ante la figura cercana y sufriente del joven diácono -el primer mártir de la Iglesia cristiana-, con las lágrimas cayendo por las mejillas y un hilillo de sangre en el cuello. Las expresivas manos repiten un gesto codificado de oración y aceptación que el pintor utilizó en otras ocasiones, como en el San Francisco de la Colección Masaveu o en un Santo Domingo en oración que en 1983 se registraba en París.
El fondo de paisaje es, desde luego, infrecuente para este tipo de figuras, envueltas normalmente por un intenso negro. El santo aparece en un entorno definido por frondosos árboles y, al fondo, unos peñascos muy característicos, de recuerdo marcadamente flamenco que, según sugirió Bäcksbacka, podrían interpretarse como una suerte de puerta del Cielo, un vano escarpado e iluminado por el claro que se abre entre las nubes tormentosas. La referencia encuentra también en los Hechos de los Apóstoles la cita, cuando san Esteban escandalizó al sanedrín al manifestar, después de la acusación de blasfemia: Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios (Hch 7, 56). En la versión de taller que posee el Museo del Prado de la tabla ovetense, la presencia de una escalera que conduce a esa puerta celestial se hace explícita, al tiempo que se incluye en el torrente luminoso un Cristo Salvator Mundi en actitud de bendecir (Texto extractado de Ruiz L.: El Divino Morales, Museo Nacional del Prado, 2015, pp. 180-182).