San Pedro liberado por un ángel
1652 - 1657. , 96 x 194 cmNo expuesto
Alonso Cano es uno de los artistas españoles más interesantes del siglo XVII, tanto por la alta calidad media de su obra, como por su dedicación a una amplia gama de medios expresivos, la originalidad de algunos de sus intereses temáticos o su estancia en algunos de los focos principales de producción artística de la Península, en todos los cuales ejerció una influencia benefactora. De entre todos ellos, aquél en el que su huella fue más duradera fue Granada, su ciudad natal y el lugar donde transcurrieron las últimas décadas de su productiva vida, entregado a la pintura, al diseño arquitectónico y a la escultura. Allí contribuyó a crear una escuela pictórica y, sobre todo, escultórica de gran interés, que sirve para llamar la atención sobre un hecho importante de la vida artística española de la época. Y es que si bien gran parte de la de-manda se concentraba en centros como Madrid o Sevilla, fueron muchas las poblaciones en las que se desarrolló una actividad artística fructífera y original, que sirvió para extender los modelos del Barroco por todo el país.
El convento granadino del Ángel Custodio fue el destinatario de esta obra, y allí la citó en 1800 Juan Agustín Ceán Bermúdez, uno de los primeros recopiladores de la historia del arte español. La vio sobre una puerta, teniendo como compañero un lienzo de similares dimensiones que representaba a San Juan en el desierto, en la actualidad perdido. Probablemente ambas obras fueron realizadas entre 1652 y 1657, unos años de los que queda rastro documental sobre la realización por parte del autor de otros encargos para el convento.
Entre las cosas por las que destaca Alonso Cano en el contexto del arte español de su época figura el muy abundante uso que hizo del dibujo como técnica a veces auxiliar para la realización de sus pinturas, y en ocasiones con un valor autónomo. De ello es también ejemplo este cuadro, del que se conserva un dibujo preparatorio en la Kunsthalle de Hamburgo, que muestra lo muy hábilmente que adaptó el formato inhabitual del lienzo a la historia que se narra en los Hechos de los apóstoles. Como siempre, Cano da fe de su sabiduría compositiva, y aprovecha la curvatura del cuadro y la oscuridad en que transcurre la acción para construir una escena que, a pesar de su tamaño, está dotada de una gran fuerza monumental y expresiva. La luz y la sombra sirven para crear una atmósfera de misterio y milagro que actúa como escenario de la sutil acción que interpretan el ángel y el santo, y que está tratada con la exquisita delicadeza de la que siempre hizo gala su autor. Pero además de esos personajes, por la superficie pictórica se esparcen delicadamente varios hermosos objetos cargados de una gran fuerza simbólica y estrechamente vinculados a la memoria de San Pedro: las llaves que dan fe de su papel principal en la iglesia; el libro que evidencia doctrina; las sandalias apostólicas y la masa pétrea de nítido volumen que alude a la célebre frase con la que Cristo le nombró su primer sucesor en sus labores pastorales. La economía de medios de la que hace gala esta obra, y el modo tan hábil y delicado en el que se describen la aparición y el milagro, no pueden por menos que recordarnos importantes precedentes dentro de la pintura española, como el cuadro del mismo tema de Ribera (Museo del Prado), con quien comparte un mismo tono poético que aparece también en algunas escenas de apariciones y milagros de Murillo. Tras la Guerra de la Independencia, esta obra, junto con su compañera, desapareció del convento para la que fue pintada. Fue adquirida para el Museo Nacional del Prado en 1986.
Esplendores de Espanha de el Greco a Velazquez, Río De Janeiro, Arte Viva, 2000, p.200