Sibila
1829 - 1832. , 627 x 470 mmNo expuesto
La estampa está encuadernada en un álbum sobre obras de Velázquez del coleccionista Pennant (G02277). Es una litografía de Enrique Blanco que reproduce un lienzo de Velázquez, conservado en el Museo Nacional del Prado (P01197). En el inventario de las pinturas del palacio de La Granja se atribuyó a Velázquez, y se identificó con su mujer Juana, hija del pintor Pacheco. El interés por vincular retratos anónimos con la biografía de sus autores fue frecuente durante los siglos XVIII y XIX, y del mismo no se salvó Velázquez, cuyo rostro, el de su mujer y el de sus hijas se quiso reconocer en varias de sus obras. A falta de conocer el contexto originario para el que se hizo la obra, los elementos que aparecen en ella sugieren que se trata de una de las sibilas, personajes de la mitología grecorromana a los que se adjudicaban poderes adivinatorios, y que fueron adoptados por el pensamiento cristiano, que consideraba que habían anticipado la llegada de Cristo (Portús, J. en: Fábulas de Velázquez. Mitología e Historia Sagrada en el Siglo de Oro, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 329-330).
Esta estampa se entregaba con el cuadernillo LXVI e iba acompañada de un texto explicativo de José Musso y Valiente. Pertenece al tomo II de la serie editada por el Real Establecimiento Litográfico, dirigida por José de Madrazo, Colección litográfica de cuadros del rey de España el señor don Fernando VII, Madrid, 1829-1832. El Museo custodia dos ejemplares más de esta estampa también encuadernados en G04709 y G04850.
Uno de los grandes objetivos de la España ilustrada durante la segunda mitad del siglo XVIII, fue la reproducción, a través de estampas, de las pinturas de las colecciones reales. Los primeros proyectos estuvieron protagonizados por Francisco de Goya, quien reprodujo algunas pinturas de Velázquez en 1778, o por Juan Barcelón y Nicolás Barsanti, que reprodujeron Los trabajos de Hércules pintados al fresco por Luca Giordano entre 1777 y 1785.
El 16 de noviembre de 1789, Carlos IV autorizó la creación de la Compañía para el grabado de los cuadros de los Reales Palacios con el objetivo de dar a conocer la riqueza de las colecciones reales y equiparase a otros países europeos. Esta empresa privada contó con la protección real y estaba formada por diversos socios procedentes de la nobleza madrileña, como el duque de Osuna y José Nicolás de Azara, quienes contactaron con grabadores franceses e italianos para llevar a cabo esta labor. En estos primeros momentos, la dirección artística estuvo a cargo de Manuel Salvador Carmona y de Francisco Bayeu, para el grabado y el dibujo, respectivamente. Según el Plan de la subscripcion á la coleccion..., las estampas se publicaron por entregas de seis ejemplares, a partir de febrero de 1794. El precio a los suscriptores fue de 288 reales cada entrega, y a los no suscriptores, de 360 reales. Además, de cada lámina se tiraron "100 estampas sin letra", cuyo precio fue el doble del de las otras (Continuación del Memorial Literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid. Tomo I, [agosto], Imprenta Real, 1793, pp. 257-63).
Las escasas ventas y el aumento de los gastos hizo que la situación económica de la Compañía fuese empeorando, siendo necesario un incremento de la ayuda privada. La mala calidad de los dibujos y la temática religiosa que predominaba en la colección, tal y como argumentó Azara, así como las carencias en el aspecto formal -la ausencia de orden, clasificación, o los tamaños dispares-, dificultaron que las estampas pudieran encuadernarse o que fueran empleadas en la decoración de gabinetes, lo cual llevó a la ruina a este proyecto, que duró escasos diez años. En 1800 se le propuso al rey que la Real Calcografía sufragara los gastos, y en 1812 se depositaron en la Imprenta Real las láminas y enseres varios. Finalmente, en 1818, las láminas ingresaron en dicha institución (Vega, J., Museo del Prado. Catálogo de estampas, Museo del Prado, 1992, pp. 222-223).
De un total de 95 dibujos preparatorios encargados para la colección se grabaron 74 láminas de cobre. De estas, 50 ingresaron en Calcografía: las 24 que ya había publicado la Compañía, y 26 más. Las 24 restantes, que habían sido grabadas, no fueron entregadas por los grabadores a la Compañía (Carrete, J., El grabado calcográfico en la España Ilustrada, 1978, pp. 28-31).