El monte Olimpo es el lugar donde tenían su morada los principales dioses griegos, los llamados “dioses olímpicos”. A la cabeza de todos ellos estaba Zeus que, tras derrocar a su padre Crono, se había repartido el dominio del mundo con sus hermanos varones: a él le correspondieron los cielos, a Posidón los mares y a Hades el inframundo. Teóricamente los tres dioses tenían el mismo poder, pero Zeus era considerado como la divinidad suprema del Olimpo y, por tanto, del panteón griego, y también del romano, en el que fue asimilado a Júpiter.
Zeus tuvo varios matrimonios e innumerables aventuras con diversas diosas, ninfas, mujeres mortales e incluso algún joven efebo. De esas relaciones nacieron algunos de los principales dioses del Olimpo, otras divinidades menores —las Horas, las Moiras, las Gracias, las Musas…— y también destacados héroes, como Perseo y Heracles, entre otros.
Con la oceánide Metis concibió a Atenea, diosa de la guerra, pero también de la sabiduría, de la música y de la artesanía. De la relación de Zeus con Leto nacieron Ártemis y Apolo, diosa de la caza y dios de la luz, la belleza, la poesía y la música, respectivamente. Con su hermana Deméter engendró a Perséfone, que fue raptada y llevada al inframundo por su tío Hades. De su matrimonio con Hera, también hermana suya, nacieron Ilitia, protectora de las parturientas, Hebe, personificación de la juventud, y Ares, dios de la guerra. Con la pléyade Maya tuvo a Hermes, el mensajero de los dioses, y con la mortal Sémele a Dioniso, dios del vino y la fiesta. Algunos relatos dicen que también era hija suya Afrodita, la diosa del amor, que se casó con Vulcano, dios del fuego, a quien Hera había engendrado sin la participación de su esposo.