Rafaela Flores Calderón
Hacia 1842. , 138 x 105 cmSala 061
Esquivel es indiscutiblemente el gran maestro del retrato romántico de la escuela andaluza. En su dilatada carrera, su dedicación a este género fundamentó su fama entre la sociedad intelectual y altoburguesa de la corte isabelina, además de proporcionarle una saneada posición económica. Entre su fecundísima galería de retratos, en la que levantó acta fiel y variadísima de los personajes y estamentos que tuvieron algún protagonismo en la España de su tiempo, fue particularmente afortunado con los retratos infantiles, modalidad de singular dificultad para los especialistas en el género debido a la naturaleza inquieta y espontánea de los niños. De todo ello es ejemplo supremo la pareja de retratos de los niños Flores Calderón que guarda el Prado, formada por este retrato de Rafaela y el de su hermano Manuel Flores Calderón (P004302), sin duda alguna los retratos infantiles más exquisitos de toda la producción de este artista a pesar de no estar firmados, y seguramente dos de las pinturas más conocidas de su mano. Representan a los dos hijos mayores de Lorenzo Flores Calderón y de su esposa Isabel García Busto, de cuyo matrimonio nacieron Rafaela y Manuel -protagonistas de los retratos-, y un tercer hijo, José.
El primero corresponde a la pequeña Rafaela primogénita de la familia, que aparenta unos diez años de edad. La niña posa ante la balaustrada de un jardín rematada por un jarrón decorativo, tras la que asoman varas de malvas. De gesto serio y mirada profunda, que dirige al espectador, se peina su cabello terso y brillante con dos largas trenzas que le caen por la espalda. Viste un traje blanco con cuerpo de jaretas, de ancho escote que deja descubiertos los hombros, y falda de organza. Sujeta en la mano izquierda un loro, que acaba de sacar de la jaula de latón en la que se acoda. A pesar de cierta afectación de la pose, es retrato que destila un irresistible atractivo por su dulzura y refinamiento, envuelto en una sobria elegancia melancólica, subrayada por la expresión del rostro de la niña, de rasgos delicados y expresión contenida, que recuerda la retratística inglesa, de influencia notable en la obra de Esquivel, debido a la importante clientela de origen británico establecida en Andalucía. En comparación con la efigie de su hermano, muestra, como es habitual en los retratos femeninos, una mayor intención decorativa, subrayada por el detalle colorista del ave y las flores del jardín. En este caso, Esquivel se muestra además especialmente exquisito, tanto en el torneado de los brazos y los sutiles claroscuros del cuello como, sobre todo, en la reproducción de las calidades táctiles de las transparencias del vestido -que deja ver la bajofalda-, los brillos del metal o el plumaje del loro, descrito todo ello con una factura charolada y brillante y la delicadeza más cuidada del mejor estilo de este artista.
Por otra parte, en la retratística romántica andaluza resulta particularmente frecuente el recurso de acompañar las efigies infantiles con mascotas o animales domésticos que, en el caso de las aves exóticas, subrayan aún más una cierta posición social. En efecto, el animal que sujeta la niña en su mano es un loro gris africano o yaco, particularmente requerido entre los de su especie como ave de compañía, ya que es uno de los mejores imitadores de la voz humana (Texto extractado de Díez, J. L. en: El siglo XIX en el Prado, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 150-151).