Atenea
Mediados del siglo XVIII. Lápiz, 480 x 337 mmNo expuesto
Para los escultores renacentistas y barrocos, acostumbrados a la tranquila armonía de Fidias y de todos sus seguidores, la estética movida e imaginativa de Mirón resultaba sin duda un problema difícil de entender. De ahí que cuando aparecía un torso mironiano sin cabeza ni extremidades, el restaurador buscase las soluciones más peregrinas y alejadas de la realidad: si un Discóbolo daba pie a la reconstrucción del Gladiador Capitolino, que se defiende desesperadamente arrodillado en tierra, ¿cómo extrañarse de que una Atenea, resto aislado del conocido grupo de Atenea y Marsias, cambiase totalmente de actitud y se convirtiese en una deidad de la vegetación? Tal es lo que se hizo en el siglo XVII con el torso de la presente pieza, que hoy vemos en el Museo del Prado despojado de sus añadidos barrocos y reconstruido correctamente como Atenea de Mirón (E000082). Fue un notable artista al servicio de Cristina de Suecia quien le esculpió la bella cabeza y los delicados brazos, piezas todas ellas hoy conservadas en los almacenes del museo.
Ya en La Granja, Ajello pensó que podía ser Flora o la primitiva diosa latina de la vegetación Acca Larentia, nodriza de Rómulo y Remo. Y fue la primera acepción la que tuvo, por su sencillez, mayor éxito: como Flora es interpretada la estatua tanto por Ponz como por el inventario de 1789, que la sitúan en la “segunda pieza” de la galería. Llegada a Madrid, vuelve a aparecer como Flora en el inventario de 1849-1857 y en el Musée de Clarac, y sólo Hübner empieza a dudar de tan persistente opinión, planteando la posibilidad de que pueda ser una Musa. Poco importa esta cautela: Barrón vuelve en 1908 a la identificación tradicional, limitándose a señalar que “Ajello trae dibujada esta estatua cual actualmente se encuentra”. Sin embargo, en 1907 y 1908 publicó B. Sauer dos artículos en los que, por primera vez, señalaba la correcta interpretación de esta estatua y de otras copias semejantes de París y Tolosa, reconstruyendo el grupo mironiano de Atenea y Marsias. En consecuencia, ya Tormo puede divulgar esta opinión en su catálogo, dando pie a la restaurcion que se llevó a cabo unos años después a instancias de don Antonio Blanco: se retiraron las restauraciones barrocas y, tras un periodo en que el torso permaneció descabezado, se le colocó como complemento un vaciado de la cabeza que conserva la réplica del Albertinum de Dresde. Así se halla actualmente la obra, a la espera de una restauración inmediata, en la que se espera sustituir este calco por otro, tomado en esta ocasión de la copia de Frankfurt, considerada la más fiel de las llegadas hasta hoy.
El dibujo forma parte del conocido como Cuaderno de Ajello formado por un conjunto de cincuenta y nueve hojas sueltas, con dibujos a lápiz, destinadas a servir de modelo para la realización de una serie de grabados, que debían ilustrar un catálogo descriptivo de las esculturas reunidas por Felipe V y su esposa, Isabel Farnesio, en el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso.
Elvira Barba, Miguel Ángel, El Cuaderno de Ajello y las esculturas del Museo del Prado, Madrid, Museo del Prado, 1998, p.124-127